viernes, 3 de agosto de 2012

Era un volcán

Ella era un volcán y lo sabía. Desde el primer día que sintió sus labios húmedos, su piel mulata, supo que terminaría caminando sobre los ríos de lava, de su pasión desenfrenada y que se quemaría.

No había otra salida que seguirla, porque deseaba sus besos, sus caricias, su mirada y la forma en que le hacía el amor, hasta dejarlo extenuado. 
Terminó amándola con locura, deseándola todos los días, aunque fuera después de las cinco, aunque fuera después del verde impúdico de cien euros y pesar de que siempre se iba, con la promesa de volver, cuando él quisiera.

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