martes, 29 de diciembre de 2015

La cyberosita I

Yo la llamaba mi osita negra, porque era una mujer con una voz sensual y por las fotos que me había enviado por el Wasap, le sobraban algunos kilos. Nunca le hice ascos a las mujeres por su físico. En la cama lo único que importa es que se folle bien; nada importa si eres bajo o alto, gordo o flaco o si tienes los ojos azules o negros. Ya lo dijo un sabio de cuyo nombre no me acuerdo: el sexo está nuestra cabeza. Y tenía razón el filósofo sexual. Nos hacemos nuestra peli porno en la cabeza y si esta es buena, nos ponemos burros antes, durante y después.
La Osita le gustaba el sexo eso se veía a la legua. Solo había que ver las fotos que me enviaba y oír las conversaciones que teníamos por teléfono. La muy cabrona me ponía a mil por hora y siempre terminaba corriéndome como un perro en celo. Así era la osita.
Hablábamos casi todas las noches y cuando quería fiesta de la buena me enviaba un Wasap y me preguntaba ¿quieres fiesta? Entonces yo sabía que esa noche me iba a poner burro y que acabaría tumbado en la cama desnudo, imaginándome que me tiraba a una osita, tocándome el mándoble, oyendo su voz erótica y viendo las fotos calientes que me enviaba. Así acababa yo mis noches, follando con una tía que estaba a más de tres mil kilómetros de mí. Así de jodido es el cibersexo, pero a falta de pan, ya saben, dos tortas nos solucionan el hambre por un tiempo.
Un día me despertó el teléfono a las seis de la mañana. Casi se me sale el corazón por la boca y no sabía dónde coño estaba. Respondí al teléfono y al instante reconocí la voz de la Osita.
—Hola, amore, ¿te he despertado?
¿Qué si me había despertado? Dios. Mi primer impulso fue mandarla a tomar por el culo y seguir durmiendo, pero me contuve.
—Sí, me has despertado, pero no importa. Hoy tenía que madrugar. Tengo que hacer algunas gestiones a primera hora —mentí como un puto bellaco.
—Me preguntaba si querías venir a verme a Barcelona. Tengo quince días libres; mis padres se van para Francia y mi novio tiene que ir a Alemania a cerrar un negocio. ¿Qué me dices? Tengo una masía a las afueras de Andorra en la que podemos pasar diez días de puta madre.
—¿Tienes novio? Nunca me lo habías dicho.
—Hay cosas que solo se dicen cuando toca y ahora toca. ¿Te vienes o qué? Es una oportunidad única para conocernos. 
Me senté en la cama porque no me creía lo que me estaba proponiendo. Hice una rápida composición de lugar; un viaje de tres horas, una masía aislada a todo lujo y dándole estopa por todos los lados a mi amante virtual. El único problema era que no tenía un euro para el viaje. A final de mes no me queda ni para sonarme los mocos. Eso es lo que tiene intentar vivir con cuatrocientos euros al mes. Es una misión imposible.
—Me encantaría. Si pudiera cogería el primer vuelo y me pondría en Barcelona antes de que caiga la noche, pero no puedo.
—¿Estás casado?
—¡Casado! No, no lo estoy. Cierto es que nunca hemos hablado de nuestra situaciones personales. Vamos a lo que vamos. Nos gusta lo que hacemos, pero ese no es el problema.
—¿Y cuál es?
—No tengo dinero para pagarme el billete.
—Eso no es problema. Yo te lo pago. No te preocupes —me contestó al instante—. El dinero no es ningún problema. Yo te compro el billete. Dejame tu nombre completo y tu DNI.
—¿Seguro? No quiero parecer un caradura. La verdad es que no tengo ni un puto euro. Llevo unos meses viviendo de los subsidios. 
—No te preocupes por eso, Manel. Tengo unas ganas locas de conocerte, de besarte y de hacer todo lo que nos hemos dicho por teléfono. Tengo unas ganas locas que me folles hasta dejarme sin aliento. Así que dame tus datos.
Le di mis datos y me dijo:
—Vete preparando la maleta que esta noche nos vamos a ver. Te mandaré un Wasap con el localizador del vuelo e iré a buscarte al Prat. ¿De acuerdo?
—Sí, claro, me encantan las aventuras.
—A mí también. Hasta esta noche.