lunes, 3 de febrero de 2014

No era un sueño

Subí a la guagua y me senté. La vi entrar. Reconocí sus ojos y su boca. Tengo una buena memoria fotográfica. ¿Cuánto llevaba buscándola? ¿Treinta años? Busqué en mi smartphone su fotografía. Era Martha Shultz. Toqué el timbre para bajarme. Me levanté, me acerqué a ella, le sonreí y le dije en alemán:
—Los muertos nunca olvidan.
Ella me miró con la esperanza de que todo fuera un sueño, pero no lo era. Saqué el punzón infectado con la toxina mortal y se lo clavé en el brazo izquierdo. 
Por fin había acabado con todos los genocidas