Cada noche oía aquellas carcajadas que le martilleaban la cabeza y le impedían dormir. Una noche saltó de la cama y subió. Tocó en la puerta pero nadie contestó, solo oyó la estridente carcajada. Aporreó la puerta, con rabia, hasta que la vecina de enfrente abrió y le dijo apesadumbrada:
-No insista, ahí hace años que no vive nadie.
-¿No?, ¿y las carcajadas que oigo todas las noches?
-Usted hace unos días que vive aquí, ya se acostumbrará. Yo llevo oyendo esas risas desde que Martín, el payaso, murió. Ya sabe, los fantasmas son así.
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