Le hizo coger la pistola y contar las balas. Tenía que regresar a terminar el trabajo. Cuando estaba en la puerta, se dio la vuelta y dejó la pistola en la mesa. Estaba cansado de matar.
Miró al escritor y le dijo:
—Creo que es hora de que otro apriete el gatillo.
El escritor dijo en voz alta:
—Luego dicen que los personajes no tienen vida propia.
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